Crónicas de la Esquina Noroeste |
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martes, mayo 25, 2004Representando a Ratolandia, donde un buen día de hace casi doscientos años los ratones decidieron hacer la revolución, estos ratoncitos chiquitos (acompañados por algunas ratoncitas abuelas) nos mostraron cómo vivían en esa época. Vimos a los vendedores de velas, aguateros, lecheros, mazamorreras, pasteleras y lavanderas, cada grupo pregonando sus productos y servicios en verso. También vimos a las damas (a la derecha, una de ellas) y caballeros ratones que paseaban a la tarde, a los cantores de zambas y bailarines de folklore, al grupo de expresión corporal de Ratolandia que representó desde las palomitas batiendo sus alas hasta el viento y la lluvia de aquel día. Cerraron el espectáculo los granaderos ratones, que se lucieron con sus charreteras y botones dorados. A pesar de alguna omisión (el vendedor de velas, olvidado de su pregón, simplemente gritó "¡Velas, vendo velas!" cuando le acercaron el micrófono) todo salió a pedir de boca. Los ratoncitos aparecieron en escena, escoltados y dirigidos por alguna seño en el momento preciso, y no hubo desorden. Eso, si exceptuamos a Anita, que se paseó en todos los números en lugar de sólo el suyo, y tuvo que ser retirada del escenario en repetidas oportunidades por sus maestras, madre y abuelo, acompañada por las risas del público y, por qué no mencionarlo, de una modesta ovación cuando decidió que ella quería bailar también. Los papás ratones nos fuimos muy contentos. Los abuelos ratones, no les digo. Nuestra multitud de siete, incluyendo una vecinita y, claro está, la artista, se retiró de las instalaciones cerca de las cinco, felices. Pero tanto como ella. Creo que su sonrisa lo dice todo. |
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Visite Córdoba, pero no haga ruido a la siesta |