Crónicas de la Esquina Noroeste |
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sábado, abril 24, 2004
No es lo mismo pedir algo prestado a recibirlo sin haberlo pedido. Ni siquiera querido. Mucho menos cuando en realidad vino en una categoría que no podía calificarse de préstamo: para mí, un "te traje esto porque me parece que te puede servir," sin más explicaciones, es más bien un regalo, al mejor estilo "me saco esto de encima que no me sirve, pero me da pena tirarlo". Un regalo que no me hacía mucha falta, se trataba simplemente de un folleto que tenía poco y nada que me sirviera, pero lo recibí porque vino con muy buena onda. Eso fue en noviembre, el año pasado. En diciembre lo ofrecí de regreso, pero no lo recibió. "No, tenelo vos, total a mí no me hace falta." Ahora, casi seis meses después, suena el teléfono. "¿Cuándo puedo pasar a buscar el folleto que te presté el año pasado?" No tengo palabras para describir la clase de frustración que siento. Primero, porque no lo pedí. Segundo, porque lo recibí nada más que para no hacerle creer que no valoraba su buena intención. Tercero, porque intenté regresarlo después de un tiempo prudencial, cuando todavía sabía dónde estaba. Cuarto, porque ahora soy responsable de una miserable hoja de papel que no tengo idea dónde está. Hay que aprender a decir que no. Ojalá alguien me hubiera enseñado a tiempo. |
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