Se suponía que los siguientes párrafos estuvieran aquí el sábado pasado, pero se interpuso mi vida... y recién ahora recuerdo lo que quería decir! Comienzo con una frase de ésas semi-célebres, ya que no conozco otra que mejor describa la situación para muchos de nosotros.

El día de San Valentín, millones de hombres regalan flores, tarjetas y chocolates a millones de mujeres, como prueba de la misma poderosísima emoción que también los motiva a recordar aniversarios y cumpleaños: miedo.

En este país, de a poco, la celebración (pueden volver a leer el párrafo anterior, si es necesario), que no era tradicional, se va insertando en algunos círculos. Igual que la Noche de Brujas, de la que ya hablé en alguna oportunidad. Sin embargo, no tengo tanta simpatía por esta nueva costumbre como por la otra.

No sé por qué. Sólo sé que sentir que debo hacer algo de determinada manera porque se espera que así debe ser todo ese día porque hay un cartel en todos los negocios con un corazón y la fecha (así nadie se equivoca de día) le quita todo el romanticismo al asunto. Pierde magia.

Eso sí, el viernes (13, para más datos) por la noche, no pude con mi genio. "Ale, mañana, me traés un clavel aunque más no sea, o..."

"¿Y si en vez de eso, vamos al cine?"

"Bueno."

¿Puede ser que me tocó el único cuyo corazón no se paraliza ante un amenazante "o..."? ¿Puede ser que yo tenga el sí tan fácil? Y que sea tan inocente, por no decir tonta: el muchacho realizó la misma maniobra para nuestro aniversario, y aún así le da resultado. Ahora me debe dos salidas al cine, en lugar de una.

Blanca, a las 12:23 a. m.