Crónicas de la Esquina Noroeste

miércoles, enero 14, 2004

Hoy aprendí algo nuevo 

Así como esto de la inseguridad nos toca a todos, sobre todos los que vivimos en áreas donde es prácticamente una costumbre, y en esta ciudad no hay quien en algún momento haya metido la mano en la cartera o el bolsillo para descubrir que faltaba la billetera, hay otras cosas que nos pasan por el costado. Hasta que nos vemos forzados a confrontar con cosas que nos parecen ajenas, lejanas, inexistentes. Pero que, de inexistentes, no tienen nada.

Hoy leí este artículo en La Voz del Interior. Coincidió justamente con una visita al supermercado, un hecho jamás demasiado feliz para mí, pero que es finalmente un mal necesario. El horario elegido fue uno de los menos concurridos, así que con la Tú caminamos tranquilas entre las góndolas, sin tener que preocuparnos por elegir la ruta menos transitada -pero siempre más larga e incómoda- para llegar a donde queríamos ir. Nos detuvimos también, innecesariamente, en el área de productos para bebé, ya que no pensábamos comprar nada. Entenderán que es una parada inevitable para nosotras.

Ahí fue que se nos acercó. Un hombre de mi edad, aunque parecía unos diez años mayor por las arrugas en una piel que debe pasar demasiado tiempo expuesta a la intemperie y, seguramente, al polvo de ladrillo. De apariencia humilde, con los zapatos manchados de cal, y con cara de perdido. Tenía un paquete de pañales en la mano. Muy educado, se disculpó primero por "molestarnos," y después nos preguntó: "¿Me podrían decir si éstos son extra grandes?"

Me acerqué a ver y no, eran medianos. Le señalé la M grandota. "Tiene que buscar los que dicen XG," le contesté, un poco enternecida: no lo veo a mi marido buscando pañales, y mucho menos pidiendo ayuda. No está para estos menesteres domésticos, sus visitas al supermercado se reducen a conocer las áreas de carnicería, fiambres y quesos como si fueran nuestra casa, pero no da un paso fuera de esa zona de confort si puede evitarlo.

El hombre se volvió a mirar la estantería llena de pañales, y me señaló un grupo de la misma marca, al lado de donde había sacado el que tenía en la mano. "¿Son ésos?" No, eran grandes, como anunciaba la G tamaño baño, azul sobre fondo amarillo. "¡Los complementarios no pueden no funcionar!," pensaba yo. No entendía qué pasaba, pero cuando vi que señalar los XG, que estaban exactamente al lado, no daba resultado, me acerqué y le di un paquete. "Éstos son los extra grandes," le dije.

No se imaginan la expresión de este hombre mientras me daba las gracias. Y no me quiero imaginar mi cara, que debía haberse transformado en un signo de pregunta. "Es que no quiero equivocarme y llevar los que no son..." Le respondí con un "No se preocupe, no es problema," o algo así, me volvió a dar las gracias, y se fue.

Cuando me di vuelta a buscar a la Tú, fue que me di cuenta. Ella se había avivado antes pero, claro, ya era tarde para meterse sin hacerlo más obvio de lo que era.

Él no sabe leer.

Y no está solo, en esta ciudad tan sólo hay 13.300 personas más, mayores de quince años, en la misma situación. Esto tampoco es nuevo, sólo que recién hoy me entero de que es mucho más que un simple número.


Blanca, a las 1:24 a. m.




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