Crónicas de la Esquina Noroeste

lunes, diciembre 01, 2003

Me gusta dormir sola 

Nada más lindo que explayarse. Estirar el cuerpo al máximo, haciendo uso y abuso de cada rincón de la cama. Llenarla de almohadas que patear, golpear, abrazar y dejar deslizar al piso. Me encanta.

Me costó mucho acostumbrarme a dormir con alguien más. La pelea por las sábanas y el abrigo, la diferencia de temperatura ideal de cada uno, sin mencionar la lucha constante por el espacio propio que, definitivamente, no coincide con la apreciación personal de cada uno con respecto al espacio ajeno. Que si uno tiene los pies o las manos frías, que si duermo vestida como un mochilero cuando hacen menos de 20 grados pero más de 15...

Una ventaja es que él trabaja de noche. Le rinde más el tiempo, sin el teléfono que -durante el día- no para de sonar; sin las visitas permanentes que no nos dan descanso de nueve a siete. Eso me permitía, a veces, dormir unas horas sola, dueña y señora de mi cama. Sin embargo, la llegada de la bebé cambió todo. No sólo el sueño se volvió entrecortado, sino que se achicó aún más el espacio.

A los bebés no les gusta dormir solos. Les gusta dormir en brazos y no sólo eso: los brazos de su mamá. Llegado un momento, las prioridades son repensadas y los límites autoimpuestos se estiran y reacomodan para cobijar la nueva situación: o dormimos todos, sea como sea, o no duerme nadie. De una mitad de la cama, queda aún menos a partir del horario en el que el bebé decide llorar hasta que se cumplen sus exigencias.

La vieja máxima "No negocio con terroristas" pasa a ser "Bueno, como vos quieras."

Y una termina durmiendo con su pareja a un lado, y el bollito de ternura del otro. Con un ojo abierto, también. Así me pasó a mí, al menos. ¡Con lo que me gusta dormir sola!

Aún en las noches en las que él trabaja de noche, no logro reclamar la cama para mi uso exclusivo. Si no duermo con uno, duermo con la otra. Eso, cuando no duermo con los dos.

Por eso no entiendo lo que pasa esta noche. Él trabaja, y nuestra niña duerme plácidamente en la habitación donde duerme su abuela. No le molesta, esta noche, no encontrarse entre mis brazos. Ni siquiera ha hecho un ruidito de protesta. Simplemente duerme, tumba culito, en su cuna.

Y yo estoy acá, haciendo conversación, tomando mate, compartiendo chistes y también momentos de indignación ante algún tema u otro. Gastando horas que podría disfrutar sin quien compita por el espacio, por la temperatura ideal de la habitación, por la cantidad de almohadas que me gusta tener cerca o por el lugar donde se me ocurra poner un pie.

Lo intenté, y fue imposible. La conclusión cae de madura: me gusta dormir sola. Pero, sola, no puedo dormir.


Blanca, a las 11:15 a. m.




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