Crónicas de la Esquina Noroeste |
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martes, diciembre 23, 2003
En Sucre y Trafalgar hay una casa. Bueno, cuatro casas, cada una en su esquina. Alguna vez viví a una cuadra de esa esquina, y las conozco bien a todas. La esquina suroeste siempre estuvo abandonada, marchitándose con el paso de las estaciones. Caminábamos por esa vereda, notando con cada tropezón otra baldosa suelta, la maleza creciendo, las grietas en las paredes haciéndose más profundas. Desde siempre tuvo un cartel, sobre Sucre, que leía un triste "Se Vende," y un número de teléfono celular. Alguna vez, también, pensamos en comprarla. Pero que no, que el terreno es chico. Que no, que la última pedrada rompió la mitad de las tejas que quedaba sana. Que no, fijate la flecha en ese techo... y debe tener goteras... y seguro que la instalación eléctrica no sirve para nada... que esa grieta descubrió el caño del agua y hasta eso está roto... Que si está así de afuera, imaginate de adentro! Pero llamé, igual. Día de semana en horario de trabajo, como para asegurarme de hablar con alguien. Sin embargo, me atendió un contestador y, aunque les dije para qué llamaba y dejé mi número, fue como si lo hubiera dejado en el vacío: jamás recibí respuesta. Ante mi insistencia, meses después, ni siquiera el contestador se dignó a atenderme. Se decían muchas cosas, como que la casa era del dueño de la que nosotros alquilábamos. Que pedían una millonada que, por supuesto, la casa no valía. O que había gente viviendo dentro, aunque jamás nadie vio nada. En alguna oportunidad, se dijo también que algún merodeador la miró como con cariño, viéndose okupa. Pero nada de eso fue confirmado y, en cuanto al merodeador, jamás volvió para dar fe de lo que se decía. Es que así era la casa: un misterio. Igual que las otras del barrio, perteneciente al plan Eva Perón, pero con un toque distintivo dado por el grado de dejadez, aunque una o dos veces al año aparecía alguien y cortaba los yuyos, alguien que desaparecía sin dejar muchas señas ni responder muchas preguntas. Decaída, algo triste, distintiva. Pero ahora el cartelito no existe más, los yuyos dieron lugar al pasto recién sembrado, y se puede ver una medianera que se levanta hacia Sucre. Se juntan los escombros de lo que se voltea y ladrillos, bolsas de cemento y de cal para lo que se construye. La vereda está siendo arreglada, también, para pasear por ahí con el cochecito, sin preocuparme por dónde van las ruedas. Tejas nuevas, rojo furioso, miran al cielo como invitando otra pedrada, para demostrarse que se la aguantan. Que si una se rompe, otra tomará su lugar, porque alguien compró la casa y, además, va a vivir ahí. Y yo, no sé por qué, extraño la casa... hecha pedazos, como era antes. |
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