Crónicas de la Esquina Noroeste |
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miércoles, noviembre 19, 2003
Alguna vez hice el comentario de que, si nosotras las mujeres debemos estar embarazadas y dar a luz, sería justo que los hombres amamantaran. Fue durante la peor parte del proceso: al principio. Cuando falta sueño y sobra el cansancio. La respuesta de Kurt fue algo así como "No, la labor de la mujer es hacerse cargo de las crías. El hombre se hace cargo de protegerlos; por ejemplo, si entrara un oso salvaje a tu casa, Alejandro es quien debería hacerle frente." Hay que reconocer que el pibe es de la muy vieja escuela en cuanto a los roles del hombre y la mujer, pero anoche me sentí muy agradecida por su visión del mundo. Acababa de hacer dormir a Anita Sofía, que se durmió al estilo desmayo entre mis brazos mientras estábamos en mi cama. Me demoré de llevarla a la cuna porque estaba muy ocupada viendo Joe Millonario (sí, me resulta un concepto de lo más divertido, en especial porque creo que, además de ser unas idiotas las minas, el peor es él que se cree que no le van a pegar un patadón en el centro del orto cuando la elegida se entere que no tiene un cobre partido al medio). Estábamos a oscuras de no ser por la luz del televisor, y en un momento me pareció ver una sombra que cruzaba sobre la cuna de la bebé. Pero, mirando otra vez, no vi nada. Sin embargo, pocos instantes después la vi de nuevo, y -sobre todo- vi qué originaba esa sombra. Creo que mi corazón se olvidó de trabajar por un par de latidos: estas cosas me ponen muy mal. Desgraciadamente no hay forma de evitar estos problemas en esta ciudad y en esta época del año: no son de la casa pero ocasionalmente entran de afuera. Con la gorda segura en brazos, salí corriendo hasta la esquina a buscar al hombre de la casa, tratando de no sonar como que había entrado en pánico: "Alejo, hay una cucaracha del tamaño de un pony en la pared." Realmente, los hombres son maravillosos para tenerlos cerca en estos casos. En particular porque me asusta más un bicho de éstos que un oso salvaje, o que -incluso- una familia de tigres hambreados. Y el Ale se comportó a la altura de las circunstancias: retiró al insecto de la habitación... vivo, sosteniéndolo de las antenas y balanceándolo como si fuera un juguete. Eso sí, los hombres tienen esta otra cuestión: si fuera por él, la cucaracha y yo nos tendríamos que haber hecho amigos. Pero bueno, ¿qué se puede esperar de un tipo que -de chico- no dejaba una sola araña sin su mosca de cada día? |
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