Pasamos la mañana casi al oscuro, porque saltó algún tapón y los pisos superiores se quedaron sin luz. Nuestra aula, que tiene ventanales de punta a punta mirando a la calle, parecía un pozo negro. En algún momento, al mirar la hora, me pregunté si eran las once de la mañana o de la noche.

Pero no, se venía el agua y con ganas, justo a la hora de salir. Y me empapé al regresar a casa de la facultad, con la alegría de tener finalmente mi nota del segundo parcial más la sonrisa intermitente al recordar que se trata de un número de dos cifras. Para ser alguien que no abre los libros hasta dos horas después de rendir, no me puedo quejar.

El título de este post iba a ser "Drenched" pero, claro, recordé que no es un weblog bilingüe. Así que quedó el que está. Aunque también pensé ponerle "Cuidado con el portugués", ya que él fue el que dejó grabada esa palabra en mi cabeza. No sé por qué tengo ganas de compartir esta anécdota que habla mal de los hombres en general, y del portugués en particular.

Corría julio del 2001 y, por alguna caprichosa jugarreta del destino, me encontré compartiendo una habitación de hotel en la avenida Corrientes a metros de Florida con una yanqui y un portugués. La habitación era angosta y larga, y el baño seguía la misma proporción, sólo que, aunque en la habitación sí entraban las tres camas, ahí no entraba nada.

No recuerdo si sorteamos o si simplemente fui más rápida, pero me duché primero. Se inundaba todo, pero había dejado el trapo de piso afuera y sequé prolijamente para esperar al siguiente. La yanqui entró a continuación (a esas alturas el portugués ya estaba quejándose por algo) y dejó todo seco aunque el trapo de piso ya no estaba a la vista. Siguió, claro, el portugués. Fueron diez minutos de paz, mientras intercambiábamos los libros que nos habíamos encargado mutuamente con anterioridad y nos dedicábamos ávidamente a devorar las primeras páginas. Hasta que el muchacho abrió la puerta y asomó la cabeza enrulada que chorreaba agua como si fuera una fuente, para decirnos:

P: "There's water everywhere" ("Hay agua en todas partes", y eso que tenía el escurridor bien a la vista, sin muchos lugares donde esconderse el pobre).

B: "You have to dry it..." (Era la respuesta obvia, "Tenés que secarlo".)

P: "OK" (Con cara de que le habíamos solucionado la vida)

Dos minutos más, se vuelve a abrir la puerta y asoma de nuevo la cabeza, desparramando menos agua fuera del baño en esta oportunidad.

P: "It's still not dry. And I don't find your towels to do it" ("Todavía está húmedo. Y no encuentro las toallas de ustedes para hacerlo". Ergo, sequemos el piso con las toallas chicos, total el hotel las lava... o eso nos gustaría creer.)

Y: "I left one behind the door." ("Dejé una atrás de la puerta".)

El portugués se fija, y vuelve a asomarse.

P: "Behind the door is drenched." ("Atrás de la puerta está empapada".)

Creo que eso nos hizo el click a las dos de lo que nos esperaba en las siguientes tres semanas. Apenas si intercambiamos miradas y volvimos a leer. Eso sí, no se puede contar con que un hombre (menos que menos, ese especímen en particular) se rebaje a estrujar un trapo y secar el piso.

Por suerte, estábamos en un hotel. Y uno supone que alguien más hace esas cosas.

[Nota: sí, el posteo es del domingo 10 de octubre... lo escribí el viernes pero le emboqué al botón de grabar como borrador en lugar del de postear. Éste sería el lugar exacto para poner una de esas caritas que tanto me gusta usar en el messenger...]

Blanca, a las 3:08 p. m.